“El enfermo era el sistema de educación, lo que faltaba era motivación, una forma eufemística de decir que esa escuela no tenía maestros, sólo profesores y técnicos.”
Me decían de mi hija en la escuela, que era una niña bien especial,  tanto que su profesor de alemán la echó de clase un día por  insoportable. Síndrome de Hiperactividad y Déficit de Atención, decían. Y  el psicólogo confirmó el diagnóstico apresurado del profesor. Cambiamos  la escuela y el método, y todo cambió. De la noche a la mañana ese  síndrome, tan temido como calumniado, desapareció. El diagnóstico había  fallado y afortunadamente también su pronóstico.
El enfermo era el sistema de educación, lo que faltaba era  motivación, una forma eufemística de decir que esa escuela no tenía  maestros, sólo profesores y técnicos.
Una enseñanza sin amor no motiva y la motivación es el ingrediente esencial de la atención, del aprendizaje y de la memoria.
Si lo que conoces no lo sabes, porque no lo saboreas; si tus palabras  sólo repiten lo que ya dicen los libros, pero no tiene el contexto  significativo de tu propia alma, si lo que dices no resuena en tu  corazón, posiblemente tú clase se convierta en un lugar donde reinará el  déficit de atención. Seguramente médicos y psicólogos te darán la razón  cuando evalúen clínicamente la situación. Pero lo que nos importa es la  causa.
Han perdido la motivación, se aburren, su atención se dispersa buscando lo que en clase no encuentran…
Liberar el potencial humano, educar para una cultura del compartir,  integrar todas las vertientes de nuestra inteligencia en una  inteligencia adaptativa que nos permita a todos dar lo que vinimos a dar  de nuestra vida… No puede ser otro el propósito de una nueva Pedagogía,  una que convoque lo mejor de la cultura humana, representada en los  recientes avances de la ciencia y el aporte  de las culturas milenarias.
Es hora de unir las ciencias humanas y las ciencias de la vida en la  dimensión de una ciencia espiritual que nos permita dar sentido a la  crisis actual. Tal vez necesitamos menos diagnósticos y pronósticos y  más compromiso con nuestros hijos. Al fin de cuentas, ellos son las  semillas de la tierra, la cosecha del futuro y la esperanza de una  cultura de relaciones humanas en sintonía con la Pachamama.
Hemos dado pasos gigantes en términos de educación, es cierto que el  cambio cuantitativo es innegable, han mejorado los ingresos, pero en el  proceso no ha habido un avance cualitativo correspondiente:
Tenemos más conocimientos, quizás hayamos adquirido nuevas técnicas y  destrezas, pero en el camino hemos ido renunciando a la capacidad de  crear nuestras obras más bellas.
Tenemos más profesores y menos maestros, más doctores y menos sabios;  sabemos más de producción en serie y mucho menos de artesanías, más de  piezas renovables concebidas para la competencia y tal vez más ciencia,  pero mucho menos de la magia de hacer lo que hacemos con conciencia.
Tenemos más de todo lo otro y mucho menos de nosotros. Los sistemas  masificados clasifican de anormal a quien se sale de la curva de la  mediocridad.
Educamos para la repetición, premiamos la memoria y el automatismo,  condenamos a los estudiantes a perder rápidamente su vocación y los  calificamos para que sólo aprendan a reproducir modelos ajenos. Casi  todos los estudiantes de medicina que un día ingresaron a sus  universidades llenos de vocación la habrán perdido al cabo de tres años  de “Educación Superior”. Las malas notas, la deserción escolar y la  violencia, no son la enfermedad. Son el síntoma inequívoco de un sistema  de educación profundamente enfermo. Pero más presupuesto, más  tecnologías, más profesores, más ordenadores, más aulas y más clases de  valores desvalorizados por el fundamentalismo del dogma, son como un  parche. La enfermedad de nuestro sistema educativo es un profundo  Déficit de Humanidad, una pérdida de vocación por la vida. Educa para el  éxito, para la competencia, para el examen, pero no para enamorarte de  la vida.
¿Y si la Pedagogía, más que un cúmulo de teorías y de técnicas, fuera  una estrategia humana para re-encantar la vida? ¿Y si pudiéramos  aprender enseñando, aprender aprendiendo y así ser, siendo únicos, lo  que somos, como somos, para experimentar la plenitud de ayudarnos? ¿De  completarnos?  ¿Y si aprendiéramos desde la humildad y la inocencia del  saber que no sabemos, para sabernos inmersos por fin en un conocimiento  que involucre de lleno el amor? ¿Y si así, se unieran la cabeza y el  corazón en un proyecto de vivir, en el que la comprensión nos lleve a un  nuevo tipo de relación con la naturaleza en nosotros?
Ese día, el amor será nuestra mejor medicina, y nuestras medicinas  llevarán implícito el amor. Ese día, la pedagogía será también nuestra  terapéutica y la terapéutica será nuestra mejor pedagogía. Ese día, no  tan lejano, la pedagogía convocará todas nuestras inteligencias en ese  cauce de sabiduría que vincula la Gran Cadena de la Vida. Que esta Nueva  Pedagogía nos involucre en la dimensión de una nueva cultura de  relaciones humanas, una en la que la libertad sea consecuencia de la  responsabilidad. Una cultura en el camino del alma. Una cultura del  alma.
Para vivir la crisis
Antes fue la metáfora del evolucionismo, con la incorporación de la  ley del más fuerte, el desarrollismo, el neoliberalismo. Ahora, ante el  fracaso global de las políticas neoliberales en toda Latinoamérica, nos  encontramos en el vórtice mismo del caos y nuestra historia no podrá ser  ya jamás la misma.
Entre nosotros, hoy, crisis de identidad, crisis de liderazgo, crisis  de sentido, todas las crisis parecieran apuntar al despertar de una  nueva cultura, una nueva visión de nosotros en el mundo. La emergencia  del caos no puede ser ahora otra que la del despertar a una sociedad  interdependiente y participativa, donde todos podamos ser nosotros,  únicos.
Para no repetir la misma historia tantas veces repetida, para  despertar a un nuevo mundo, el Mundo Nuevo de la Patria Humana, para  conquistar el derecho sagrado de ser humanos, podemos al fin decidir ser  lo que ya somos: Humanidad.
El sentido de la crisis es una invitación a humanizar la vida,  nuestra vida, desde adentro; es una propuesta viva para transformar la  historia desde nuestro corazón, es un camino para rescatar nuestra  propia identidad, y desde la afirmación rotunda de la humana dignidad,  construir genuinas relaciones de hermandad. Para que desde la entraña  americana del dolor surja vigorosa la corriente del amor. Para que en la  oscuridad de nuestra noche sea más intensa la luz de la consciencia.  Para que contribuyamos todos en la emergencia de una tierra nueva.
El amor en tiempos de crisis
La nuestra es una crisis de amor. Tal vez necesitemos menos  ideologías e ismos, menos diagnósticos y pronósticos, menos  especialistas; más hombres y mujeres íntegros y sencillos. Quizás lo  único que necesitemos sea humanizar nuestra humanidad. Humanizar la  vida.
Escuchar el canto del pájaro, conmoverse con el hambre del otro,  reconocer la ignorancia de lo que somos para no andar por ahí, en toda  guerra, jugando a ser lo que en verdad no somos.
A veces pretendemos la paz, pero paz sin justicia, derechos para  morirse de hambre, son, con su máscara de paz, la guerra más despiadada.
La paz no llega cuando no pasa nada o cuando ya nada nos pasa. La paz  nace en el corazón cuando el amor comprensivo da a cada hombre la  oportunidad de desarrollar su potencial.
No necesitamos una paz acomodaticia para defendernos del miedo.  Necesitamos una paz con justicia, la de la noche de paz, la de la  comunión, la de la hermandad, la de las oportunidades para todos.
Jorge Carvajal - Mundonuevo 
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